La lírica desde 1970 hasta nuestros días
Un estudio de la
poesía española de esta etapa no pasaría de ser un largo catálogo de nombres de
autores, pues después del fenómeno de los Novísimos es muy difícil, si no
imposible, diferenciar cualquier otra poética dominante. Es cierto que a principio de la década de los
setenta, continúa la estética de los Novísimos, pero en torno a 1975 este
estilo entra en decadencia y van surgiendo tendencias distintas. Lo dominante
es hoy, precisamente, la dispersión y la aparente falta de notas comunes.
Los años setenta
1970 es una fecha
clave para la lírica porque se publica una
antología titulada Nueve novísimos
poetas españoles (1970), de José Mª Castellet donde aparecen muchos de los
poetas denominados “Novísimos”. Características de estos autores son:
a)
Abundancia de referencias
culturales (pintura, música, arquitectura, modernismo de Rubén Darío),
debido a la variada formación literaria de estos escritores.
b)
Gusto por lo
decadente y exquisito
y su afición a ciudades italianas,
como Venecia, han hecho que también se les conozca como los venecianos.
c)
Y
junto a esta orientación culta de sus poemas, son también frecuentes los motivos
propios de la nueva sociedad de consumo, a la que critican: términos
anglosajones, referencias a héroes de cine, del deporte, de la canción, de los
tebeos…
d)
Su
marcado esteticismo explica su interés
por el lenguaje que los lleva a la experimentación vanguardista (uso de
imágenes extrañas y visionarias de carácter surrealista, escritura automática…), o al barroquismo expresivo e incluso a la
reflexión metapoética.
Entre los representantes de los “Novísimos” (no
todos están en la Antología de
Castellet) se encuentran Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Antonio Colinas,
Luis Alberto de Cuenca, Manuel Vázquez Montalbán y Leopoldo Mª Panero.
Durante los setenta,
el culturalismo de los venecianos se fue
atenuando:
a)
Desapareció la mera decoración y algunos autores volvieron los ojos hacia la tradición
poética clásica movidos por un anhelo de belleza
y una exquisita elaboración formal. Sus
poemas presentan abundantes referencias
míticas que sirven como vehículo para expresar sentimientos íntimos. Tal evolución se
advierte en Luis Antonio de Villena, Antonio Colinas y Antonio Carvajal, que
cultivan el desengaño barroco.
b)
Perduran, además, algunas líneas poéticas anteriores: la metapoesía,
que reflexionaba sobre el lenguaje poético mismo (Guillermo Carnero y Jenaro
Talens); la poesía experimental, que
combina la expresión verbal con efectos visuales de carecer tipográfico o
pictórico (José Miguel Ullán); y el minimalismo,
que busca la pureza poética y la concentración expresiva (Jaime de Siles).
Durante los años
ochenta brota una nueva sensibilidad lírica que vuelve a la métrica tradicional
y a la expresión de experiencias personales que pueden ser
comunes a la de los lectores. Se caracteriza por desarrollar narrativamente, en
lenguaje coloquial, una historia o anécdota.
En esta poesía de la experiencia conviven
autores muy distintos como Luis Alberto de Cuenca, Miguel d´Ors, Julio
Llamazares, Felipe Reyes y otros.
Por otra parte, y
encabezada por un José Ángel Valente que alcanza en esta época su madurez
artística, se abre paso la poesía del
silencio, que rehúye toda anécdota y se aproxima a la poesía mística. Se
caracteriza por la complejidad de su lenguaje y por su trasfondo pesimista, con
influencia del existencialismo más desesperanzado. En esta tendencia se
incluirían Amparo Amorós, Andrés Sánchez Robayna o Antonio Gamoneda.
Otras tendencias son
el Neosurrealismo, que recupera el
verso largo, la sentimentalidad neorromántica, las metáforas innovadoras y el
mundo de la alucinación y el sueño (Blanca Andreu) o el Neoerotismo, línea seguida básicamente por escritoras que transforman
los tópicos masculinos de la poesía amorosa, invirtiendo su punto de vista y
destruyendo la imagen de la mujer elaborada por la poesía (Ana Rossetti).
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